De camino encontrarte Jesús y pasar como si nada, mientras en mi cabeza está el ayudar me detengo a pensar: ¿qué dirán los demás?
Pasa el tiempo y el remordimiento encontré, cómo pude no mirar tu pobreza, tu sencillez en el hermano que me dice: “dame pan para comer”.
Llego el día y convencida de que no te fallaría, pero aún mis ruidos me impedían escucharte y de tanto dudar tú cambiabas de lugar, volteando de lado a lado ni el rastro me has de dejar, cuando solo esperabas que a ti volviera. Fue entonces que sentí que no debía seguir, esperando que otros hicieran lo que tú me pedías a mí, como dejar escapar la llama que me quema, a otras manos que no conocen el poder que en ellos llevan; no es delirio, es agonía de perderme tu sonrisa con la que un gesto de caridad te pudiese llenar de alegría. Qué esperas alma mía, búscale en el necesitado y no te quedes a esperar a que te agradezcan por lo que has dado, ni por el mérito que puedas encontrar en el incapaz. Vete lejos vana gloria, que a mi lado no hay lugar.
Sí, la pobreza huele mal, cuando miras y te da igual, cuando piden y no das, cuando ignoras la necesidad, pero sé que puedes perfumar y aprender a amar a Jesús que en ellos está dándote una luz, una señal de lo cerca que estás de un encuentro con la divinidad.