Que rápido se pasa el tiempo, que incierta se nos vuelve la vida. Pocas veces nos detenemos para agradecer lo que tenemos porque gastamos más energía en elevar nuestra lista de cosas que nos faltan.
Los mejores momentos duran tan poco, un abrazo, un compartir, una sonrisa, una palabra, un pequeño placer de la vida…. Que a veces deseas que el tiempo se detuviera justo en ese instante para estar eternamente así, disfrutando de la tranquilad y de la paz que te produce algo, pero por infortunio tenemos que volver a la realidad donde todo no nos trae el mismo efecto, ¿y por qué? Simplemente es por algo llamado “el valor”. Por ejemplo: si a ti te gusta una canción y tiene un tiempo marcado para terminar, ¿qué haces para volverla a disfrutar? Repetirla, ¿verdad? Así mismo nos pasa en la vida, le damos más valor a las cosas que no la tienen, a lo que nos lastima y nos hace daño, revivimos recuerdos negativos en vez de traer de vuelta esos momentos en los que fuiste feliz. Ahora bien, tampoco lleguemos al punto de querer aferrarnos tanto a las cosas como si ya se nos fuera a dar otra vez, porque de tal modo no podremos ver lo bueno que estar por venir. Regálate ese positivismo, de estar siempre con los brazos abiertos a recibir las cosas como vengan, porque aún siendo malas nos puede traer un gran aprendizaje; ama lo que tienes antes que la vida te enseñe a amar lo que perdiste.
Nos cuesta tanto realizar pequeñas acciones como perdonar, cerrar los ojos, etc… que sin querer nos privamos de ser completamente felices y preferimos mil veces optar por ser imperfectamente felices; será que podemos transformar la tierra en nuestro cielo, viviendo acorde a la voluntad de Dios y no la nuestra, que aunque toquemos fondo podamos contar con una mano que te puede levantar.
¡No te conformes con lo fugaz, hazlo de un momento algo eterno!