
Son las 9:35 a.m…
Acabo de salir de una entrevista de trabajo poco emocionante cuyo resultado final ya conozco. De allí no me van a llamar. ¿El motivo? No soy partidaria de los empleos que te notifican que vas a ser un esclavo… y aunque en teoría todos lo somos cuando estamos en un puesto de empleo, me parece un pésimo indicio que ya te digan que van a sacrificarte si aceptas trabajar con “X” empresa.
Venía algo bajoneada con la calor, la entrevista y las complicaciones que te puede otorgar la vida por una persona que actualmente vive de la esperanza y el desespero financiero.
Tomé el Metro Bus más directo a la terminal y apenas siendo un poco antes de las 10 de la mañana me dispuse a colocarme mis audífonos y dormirme mientras llegaba a casa.
No llevaba ni 5 minutos del bus andar cuando un joven de unos 35 años se puso de pie y empezó a hablar.
Les soy honesta, antes de tener ciertos encuentros espirituales y mucho antes de que por algunas vivencias se me abrieran los ojos ante los excluidos, era de las que al escuchar a alguien hablar de lo que fuese en un bus me disponía a subir el volumen de mis canciones de BTS o hacerme la dormida. Más que una escucha honesta, me resultaba una interrupción a mi búsqueda de paz personal en ese justo momento que pretendía descansar de mi largo día; por eso, ahora que tenía una mentalidad distinta y me disponía a escuchar atenta, sabía que este joven tenía un mensaje en medio de su solicitud de ayuda.
¿Saben que me llamó la atención? Que como muchos, estaba solicitando ayuda para un grupo de jóvenes en recuperación; sin embargo, no se levantó a gritar, ni a decir que el que no daba iba a recibir después de justicia divina, tampoco se puso como mártir ni mucho menos uso la Palabra de Dios para hacernos sentir pecadores.
Este joven, con una voz calmada y sincera, pidió ayuda para el comedor donde apoya a jóvenes en riesgo social y desamparados, vendió unos calendarios con mensajes positivos en la parte de atrás y dijo:
«De paso les comento que soy electricista de profesión, por si alguno conoce de alguna vacante donde pueda aplicar… mi teléfono es 667….»
Aquel electricista de Dios como quise llamarle no sólo conectó con todos y logró su cometido de recibir ayuda, sino que también fue testimonio de que Jesús estaba con él y lo utilizaba como instrumento para hacernos sentir en esa necesidad de ayudar al prójimo y recibir una sonrisa a cambio llena de esperanza y sinceridad. Aquel trayecto del bus fue más pacífico en adelante y me sentí plena… oro porque haya más electricistas de Dios por el camino, para que en medio de su misión, puedan dar luz a momentos oscuros que pasamos aquellos que vemos la vida de una forma más fácil pero a veces menos esplendorosa o digna.
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