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A una banca de distancia

By 11 de mayo de 2021No Comments

Wao… se siente surreal escribir estas letras después de casi un año sin actualizar el blog. Hasta temía haber olvidado la contraseña de acceso al mismo, pero no… Aquí estamos.

Han sido meses extraños, de reinicio y de cambios… de nuevas modalidades y de redescubrirnos, pero fueron a la vez meses en que mi mente se sintió algo vacía por no llenarme a diario de tantas experiencias que protagonizaron entradas en este blog. Si eres lector frecuente de estos lares sabrás que suelo escribir de cosas que veo, siento y tomo como lección de vida, tanto así que dichas experiencias me han regalado dos libros como fruto de estas reflexiones que calan tanto en mi corazón y me resultan imposible obviarlas.

Por eso me siento dichosa y feliz de estar sentada en mi computador contándote esto, ya que con la pandemia y mi vida encerrada por tantos meses temía que esa chispa o don de escribir sobre lo que experimentaba afuera se hubiese extinguido, pero aquí estamos… así que sin más, quiero contarte mi travesía por una mañana distinta, bendecida y peculiar con un personaje que captó mi atención y me demostró que las apariencias siempre pero siempre engañan…

Hoy fue de esos domingos en que madrugué para hacer algo que pre Covid resultaba rutinario al menos 1 vez al mes con mi familia: nos arreglamos desde temprano y cogimos rumbo a la ciudad para visitar una de las basílicas que me hace sentir como en casa aunque no vaya de forma frecuente: la basílica Menor Don Bosco.

Soy de las que necesita de vez en cuando tomarse otros aires eclesiales para escuchar misa porque de tanto ir a mi parroquia a veces me pierdo entre las amistades y la rutina en vivir de forma profunda la Misa. Por eso, ir a templos donde soy una desconocida y voy simplemente a vivir ese encuentro con Jesús me resulta mágico para conectar y vivir este sacramento con una sensación distinta. Ojo: no es que no lo vivo a plenitud en mi parroquia, al contrario, allí es donde mi fe ha crecido y madurado, pero se siente bien escuchar Misa en lugares distintos de vez en cuando para explorar otras muestras de fe y también ver la alegría del evangelio en comunidades alternas a la propia.

Con esto de la pandemia los protocolos han cambiado y en esta basílica en particular las medidas están logísticamente impecables: su cuerpo de voluntarios es magistral y el orden lo mantienen de una forma totalmente equilibrada, donde te incitan a ser cuidadoso pero sin perder la profundidad del momento. Les aplaudo de pie por eso.

Mi motivo de visita a Don Bosco era obvio para cambiar de aires,  pero también iba con el plan de confesarme, ya que llevaba unos 10 meses sin hacerlo y ya el Covid no era una excusa, por lo que al pasar por toda la barrera de bioseguridad me dirigí a la capilla de la misericordia y mientras la Misa daba inicio mi turno para confesarme se acercaba. Y aquí es donde entra mi querido personaje protagonista de esta reflexión.

Delante de mí en la fila de confesión se encontraba Tim (no se llama así pero pongámosle un nombre). Llevaba jeans holgados, un T shirt blanco, gorra negra y una mochila que colgaba de su hombro derecho. Un par de tatuajes adornaban su brazo izquierdo y movía las manos con algo de desesperación antes de entrar al confesionario. ¿Mi primera impresión? Nada memorable, lo noté algo nervioso pero nada que me escandalizara. Él se dio paso al salón con el sacerdote mientras yo esperaba mi turno y a su salida caminó de forma rápida hacia el templo, regresándose unos minutos después para excusarse con el que mantenía el orden de la fila y pedirle ayuda porque su mochila había quedado dentro del salón de confesiones. Vaya despiste, ¿cómo dejas tu mochila así?

Este primer acto peculiar hizo que pusiera mi atención en él y fue más visible cuando al yo salir de confesarme me di cuenta que estaba sentada detrás de él (los encargados de logística en la basílica guardaban puestos cercanos a todos los que estábamos confesándonos para escuchar la Misa cómodos.

Pasado el evangelio volvió a captar mi atención cuando uno de los chicos de la basílica de acogida se le acercó para pedirle que se quitara la gorra. ¿Acaso no sabía que eso es inapropiado en el templo? Y con todo esto sumado podría pensar que el chico no sabía que estaba haciendo en la iglesia o quien sabe cómo era que había llegado allí en primer lugar.

Mis pequeñas notas mentales desaparecieron y se tornaron en otra cosa cuando al momento de la consagración pude ver a Tim desde otra perspectiva… De rodillas y con ambas manos entrelazadas se mantuvo un poco más del Padre Nuestro con los ojos cerrados y en señal de alabanza a Dios. Nos separaba una banca pero yo sentía su emoción al orar y la intensidad de su petición desde mi asiento, era inevitable no captarlo.

Tim intensificó mi vivencia de fe en aquella misa, contra cualquier pensamiento previo que tuve de él y su razón de estar allí en misa todo quedó en quinto plano cuando sentí que él sabía que necesitaba de Dios y estar ahí presente orando. Desconozco la historia de Tim… pero fui testigo de su corazón sumergido en una intimidad divina que ojalá yo experimentara más frecuentemente.

Y con este personaje me llevó a la reflexión de que para nosotros, quienes estamos en el templo sirviendo como parte de una pastoral o servicio determinado, es tan crucial ser reflejo de Jesús ante los demás sin excepción. Tim se encontró a su llegada al Templo con un equipo de acogida que le hizo sentir bienvenido, con una señora con alcohol en mano que le indicó donde era seguro sentarse. Se encontró con un sacerdote que le escuchó, animó y absolvió de sus pecados… y se encontró con un joven de su edad probablemente que en lugar de señalarlo le indicó como corrección fraterna como debía estar en sintonía en el templo. Y todo esto en conjunto le permitió a Tim vivir su misa como algo que siento le marcó y se vio reflejado en su oración y actitud.

Quizás Tim tenga más espiritualidad que yo y todo, pero si algo aprendí de todo esto y de mis 55 minutos en misa este pasado domingo fue que somos instrumento del reino, responsables de hacerlo visible y tenemos la misión de hacer eco del proyecto de Jesús en lo cotidiano, tal y como hicieron con Tim.

Me siento feliz de haberme encontrado con este personaje en mi primera visita a esta basílica que quiero con profundo cariño y que le debo mucho a nivel espiritual. Me siento feliz de volver a escribir con la emoción e intensidad de hace unos años cuando las vivencias tocaban mi puerta a menudo. Y estoy feliz de que leas estas líneas con un corazón dispuesto a ser más acogedor, amable, amoroso y servicial. Dios te bendiga.

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