Es extraño, pero ese sentir siempre ha estado ahí, como algo que va y viene dando vueltas en mi mente pero que simplemente está buscando el momento justo. Quizás ese es mi problema, que el momento justo o perfecto donde mi vida cuadre con mi agenda no llegará y solo debo lanzarme y sacrificar ciertas cosas. Pero este sentir tiene sus raíces hace mucho tiempo y lleva una cronología bastante peculiar.
Cuando fui confirmanda mi amor a la Iglesia no era de fiar, era una más que sólo estaba por cumplir un sueño de mis padres y por quererme sentir más correcta al tener ese sacramento que tanto me presionaban a cumplir antes de los 18. Lo hice y perfecto, fue el final por el momento. Posterior a un período de dos años de negación a ser una joven activa en la Iglesia llegó la señal divina para ver las cosas distinto y entrar a Pastoral Juvenil. De este período en relación al tema de este escrito puedo decir que nació en mí a través de los años y las experiencias vividas la necesidad de ayudar a los jóvenes, y aunque yo era uno de ellos, sentía que con lo poco que iba aprendiendo y con las actitudes que iba desarrollando en la pastoral podía aplicar esa mezcla para dar luces a chicos y chicas que quizás tenían esas ganas de conocer a Jesús pero no sabían por dónde empezar.
Escribir y tener mi blog fue un paso acertado para expresar a flor de piel y sin restricciones mis pensamientos y hacer públicas las reflexiones que consideraba importantes, sin embargo, lanzar al aire mis pensamientos sin ningún carácter pedagógico podía resultar la mitad de lo necesario para evangelizar. Y fue así y desde esas perspectivas que nació mi interés de ser catequista de confirmación, de allí nació ese amor a trabajar con jóvenes. Fue una señal dada por mis años en pastoral juvenil donde como miembro y luego como líder ayudaba, aconsejaba y sentía que mi afinidad a la juventud podía dar frutos si buscaba otro medio para evangelizar.
Más que dar clases o compartir conocimientos, siento que ser catequista es un portal de conexión con el joven para replicar buenas prácticas, enseñar un estilo de vida de fe y transmitir esa alegría del evangelio a los demás jóvenes que llegan a esa aula de clases por coincidencia, obligación o curiosidad. Es una forma eficiente, independientemente de la raíz de cómo llegas a confirmación para convertirnos en instrumentos de evangelización y desde una forma diferente contagiar a esos chicos del amor de Dios.
En lo personal, siento que le he dado demasiadas vueltas al asunto. Me digo a mí misma que siempre he querido ser catequista, sin embargo, algo siempre solía detenerme. Si no eran mis horas de sueño, era el horario del trabajo que solo dejaba el domingo para reposar, si no era eso entonces se trataba de otras actividades que chocaban e incluso muchas luché conmigo misma porque me sentía incapaz de adoptar el rol de catequista de forma digna. Pero un día, mientras leía la oración diaria para ser misericordioso de mi libro de oraciones me hizo percatar una parte de la misma que decía: “mi descanso está en el servicio a mi prójimo”. Y allí comprendí, debo hacer las cosas ya, animarme ya, cumplir mis sueños ya y sobre todo, evangelizar ya.
Quizás el término ya no signifique que voy a aparecerme este domingo en el centro de catequesis a solicitar un salón para mí, sé que todo tiene su proceso, pero me siento decidida a cumplir eso que lleva años dándome vueltas en la mente y sé que una vez ya en ese barco, sentiré que estoy dando un granito más de arena a la evangelización, a la juventud y a poner en práctica lo que he aprendido para sembrar en esos chicos un amor tan grande que lleve al servicio, a la unidad y a la misión.
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